Antoni Gaudí
CRÓNICA DE UN FUNERAL
Gaudí: Muerte de pobre, entierro de rey
El 10 de junio de 1926 murió uno de los más grandes arquitectos de la historia: Antoni Gaudí, símbolo del modernismo. Esta es la crónica de su entierro
El arquitecto de la Sagrada Familia, que no sólo en ésta, sino en muchas otras obras, tan gallardas, muestras ha dejado de su talento colosal y de su personalidad manera de abordar los problemas fundamentales del arte que profesaba, ha realizado en nuestro siglo un ideal, que parecía ya desvaneciendo en el ambiente de mercantilismo y de prosa que nos rodea. Poeta y místico, a la manera de Verdaguer, con quien podrían hallársele bastantes puntos de semejanza, su vida toda ha constituido un poema maravilloso de exaltación artística, de religiosa devoción y de anulación de afanes subalternos que evoca el recuerdo de aquellas legendarias figuras de monjes de la Edad Media, santos y sabios a la vez, que en la soledad de su silente reclusión concebían grandes catedrales, labraban imponentes esculturas, componían inspirados himnos o modestamente iniciaban inmortales páginas, consumiendo en el fuego de sagrados amores todas las horas de su vivir terreno, soberbiamente abroquelados detrás de una divina modestia que ha sepultado en el olvido sus gloriosos nombres, para que sólo su obra resplandezca (…).
La muerte de Gaudí hace perder a nuestra tierra una de las figuras de mayor tamaño con que contaba, una de las pocas cuya significación y méritos se adueñaron del mundo entero (…). Lloremos su pérdida, y, en el caso actual, unamos a la aflicción ciudadana, a la congoja por la muerte del hombre virtuoso, con sentimiento más universal y de más trascendente jerarquía: el duelo de la arquitectura que ve alejarse para siempre uno de sus más fieles y más inteligentes amadores y cultivadores, un obrero tenaz y devoto de su gloria, un privilegiado partícipe de sus facultades creadoras, que son la mejor gala de toda civilización y la más espléndida y permanente concreción de la idealidad humana. / Manuel Vega y March, 13 de junio de 1926
Dicen las crónicas de la época que no cesó el desfile de personas por la capilla ardiente. En algunos momentos era tal la aglomeración de público que resultaban insuficientes para contenerlo los urbanos que guardaban el orden. Por la mañana se dijeron misas en la capilla ardiente, asistiendo a todas ellas gran concurrencia. Fueron dichas la de las cinco y media por el reverendo P. Gil Pares; la de las siete por el padre prior del hospital reverendo don Lamberto Botey; la de las siete y media por el canónigo doctor Pares; las de las ocho por los canónigos doctores Vilaseca y Huguet; la de las ocho y media por el reverendo doctor don Luis Carreras; la de las nueve por el reverendo padre don Ricardo Persina, capellán de la familia Güell, y la de las diez por el reverendo don Luis Codina. A la última misa asistió el alcalde, barón de Viver, y a la de las nueve la familia Güell. Se recibieron telegramas de los obispos de Mallorca, y Avila y del abad mitrado de Montserrat, concediendo indulgencias a los que realicen algún acto de piedad por el eterno descanso del alma del ilustre arquitecto fallecido.
Cuando llevaron el féretro al sitio donde iba a reposar el genio, se vio una grandiosa manifestación de duelo al que se asociaron todas las clases sociales sin distinción de matices. En el gran patio del hospital, desde muchísimo antes de la hora señalada para el entierro, se hacía imposible el dar un paso dada la aglomeración de gente que allí se había congregado. A las cinco y cuarto de la tarde se puso en marcha la comitiva, abriéndose entonces la puerta del hospital que da acceso a la calle del Carmen, donde se había estacionado numeroso público. También se hallaban atestados los balcones de las casas.
El féretro, de roble y cubierto con el paño fúnebre de la Asociación de Arquitectos, iba dentro de una carroza carroza a la federica con cruz alzada y tirada por dos caballos. El fúnebre cortejo se dirigió por la calle del Carmen a las Ramblas, pasando por el centro de las mismas hasta la calle do Fernando, y luego por esta calle, plaza de San Jaime y calle del Obispo, siendo presenciado su paso por numeroso público, especialmente en las Ramillas y en la plaza de San Jaime.
El cortejo llegó a las seis menos cuarto de la tarde a la Catedral, entrando en ella por la puerta de Santa Lucía, que es la que da a la calle del Obispo. El féretro fue sacado del coche fúnebre por alumnos de la Escuela Superior de Arquitectura, quienes lo entraron en andas en el templo. Entonces separóse del cortejo el clero del hospital de Santa Cruz y en la citada puerta de Santa Lucía fue recibido el cadáver del ilustre arquitecto señor Gaudí por el cabildo y cloro catedral en pleno, con cruz alzada.
Ofició el canónigo doctor Brugueras, asistido de los beneficiados reverendos Castelltort y Alegret. Durante la conducción del féretro desde la entrada de la Catedral hasta, el crucero la comunidad entonó el «sub-venite». Colocado el féretro en el centro del crucero de la catedral, la capilla de música dirigida por el maestro Sancho Marracó entonó el «Libera me, Dómine», del maestro Gargallo. La ceremonia fue presenciada por numeroso público que se había congregado en los claustros e interior del templo.
Después del «Libera me, Dómine» fue conducido el féretro hasta la puerta principal de la catedral, rezando la comunidad un responsorio. En la puerta principal despidiéronse las autoridades y el cabildo y clero catedral, siendo entonces acompañado el cadáver desde dicho punto hasta la Sagrada Familia por todo el clero de este templo.
Las campanas de la Catedral doblaron a muertos al ser entrado en el templo y sacado del mismo el féretro que contenía los restos del malogrado Gaudí. Los prelados de las diócesis de Cataluña y de otras de España han concedido indulgencias en la forma acostumbrada. La ceremonia de la Catedral terminó a las 6:10 de la tarde.
La casa núm. 48 de la calle de Caspe, propiedad del señor Calvet y cuyo proyecto de construcción es otra de las muchas obras del finado señor Gaudí, lucía en el frontispicio un lazo negro. Al llegar la fúnebre comitiva a la calle de Valencia cruce con Sicilia, donde empieza la barriada de la Sagrada Familia, el espectáculo que se ofreció a la vista de los que marchaban detrás del féretro fue imponente por el inmenso gentío allí reunido. La casa número 306 de la calle de Valencia lucía una farola revestida, de un crepón negro. En la calle vecinas los balcones de todas las casas lucían colgaduras negras: el vecindario agolpado en ventanas y balcones contemplaba con muestras de gran respeto y condolencia el paso del cortejo. A las siete y media en punto de la tarde la cabeza de la comitiva hacía su entrada en el templo de la Sagrada Familia.
La inhumación del cadáver
Desde las cinco de la tarde en los alrededores del templo de la Sagrada Familia comenzó a congregarse público que desde todos los sectores de la ciudad, acudía a presenciar la llegada de la fúnebre comitiva.
Numerosos guardias urbanos cuidaban de mantener el orden entre la muchedumbre que esperaba impaciente. En el interior del recinto cercado había un retén de guardias. En el templo todo estaba dispuesto para recibir el cadáver del ilustro arquitecto. En el lugar destinado al presbiterio se había colocado un catafalco y frente a él un altar, cubiertos uno y otro cien paños negros. Sobre el altar lucían dos cirios de cera pura y se había colocado una cruz. A las seis de la tarde llegó a la Sagrada Familia el Orfeó Cátala, sección de hombres y niños que había de cantar un responso. Poco después de las siete se dio aviso de que el cortejo mortuorio estaba próximo al templo. Inmediatamente comenzaron a doblar las campanas y se encendieron los dos grandes tederos que existen a la izquierda de lo que es el presbiterio. A las siete y veinticinco de la tarde llegaba a la Sagrada Familia la comitiva fúnebre. Primero entraron los asociados de la Liga Espiritual de Nuestra Señora de Montserrat, que entonaban salmos litúrgicos, y detrás los obreros de la Sagrada Familia con hachones encendidos. A continuación seguían el clero, al que seguían el coche y la presidencia del duelo. El gentío proseguía a continuación.
El féretro que contenía el cadáver del señor Gaudí fue bajado del coche por varios obreros de las obras del templo y colocado sobre el catafalco. El clero pasó a ocupar el presbiterio y detrás se colocaron los individuos portadores de los hachones. Seguidamente se cantó un solemne responso que el público escuchó con profunda unción y religioso respeto. El Orfeó Cátala, que había pasado a ocupar un rellano inmediato al presbiterio, entonó a continuación el responso del maestro Victoria. La ejecución de la fúnebre pieza musical fue todo lo perfecto y sentida que acostumbra a hacerlo el Orfeó. Terminado el responso se rezaron nuevas preces por el clero y a continuación se organizó de nuevo la comitiva para trasladar el cadáver hacia donde debía ser inhumado. Los mortales restos del gran arquitecto fueron depositados en el primer nicho que se encuentra en la cripta, entrando por la escalera do la parte de las obras ya realizadas. En la hornacina correspondiente a este nicho hay una imagen de la Virgen del Carmen. El féretro fue depositado en el interior do la fosa y seguidamente se procedió a tapiar ésta.
Una vez realizada esta operación se rezó el rosario, quo fue escuchado por los que pudieron entrar en la cripta, quo fue menos de la mitad del público, dada su capacidad, con fervorosa devoción. A continuación se dio por despedido el duelo, iniciándose el desfile, que duró largo rato. El fúnebre acto resultó una expresiva y elocuente manifestación del duelo que aflige a la ciudad por la pérdida del genial arquitecto.
Esta es una crónica de La Vanguardia, publicada el 13 de junio de 1926.
La conducción del cadáver: manifestación de duelo.Archivo/La Vanguardia
La carroza fúnebre con los restos de Gaudí. Archivo / La Vanguardia